jueves, 11 de febrero de 2010

Entrevista a Michael Jackson

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El trato era así: conseguí una exclusivísima entrevista con el Rey del Pop, pero la condición impuesta por Satanás (a quién conocí por casualidad en el carrito de hamburguesas frente a la terminal) era que la nota debía tener lugar en sus dominios, ya que no quiere separarse de su amigo “Es que en el fondo soy un niño. Un niño perverso con una chota verrugosa de 35 centímetros” se justificaba el Príncipe de Las Tinieblas “Igual que Michael”.

Chamuyamos un rato y lo convencí de encontrarnos en territorio neutral, “La Fusta” fue el lugar acordado, un bar sobre la calle San Martín.

Caí veinte minutos o una hora más tarde de lo arreglado, Michael estaba sentado en la falda de un viejito que tomaba Marcela y tosía nervioso, Belcebú tomaba vino Toro con Coca y peroraba sobre los magníficos beneficios del sistema capitalista moderno y las nuevas formas de incomunicación ante un grupo idiotizado de personas, de las cuales tres o cuatro se suicidaron al rato.

Me pedí un margarita y una botella de Legui y me puse a imaginar posiciones sexuales con Penélope Cruz. Que guasada, gauchita la Penélope. Media botella después había hecho un pacto con Satán para poseerla.

Cuando el destino y la fiesta lo dispusieron, estuvimos los tres frente a frente (Nota: Michael me tocó la pierna y me cantó unos versos de una canción de Sombras); jugamos un jodéte: el perdedor debía confesar sus secretos más escabrosos. Primero perdió La Bestia y estuvo cómo dos horas lloriqueando (resultó un tierno Satanus) que lo peor que había hecho era haber dejado escapar el amor de un teniente nazi que era un bombón y quería formar una familia satánica y aria, después decía que había vuelto a encontrar el amor y lo protegería hasta las últimas consecuencias, luego volvía a lloriquear y lo besaba a Michael y le pasaba la verga por la boca. Un asco.

Después le tocó a Michael y no voy a reproducir las barrabasadas que confesó porque se murió hace poco y cantaba lindo y todo eso, pero me basta con decir que más adelante, en otro juego, cuando le tocó como prenda relatar un momento bello evocó una tarde de pasión y lujuria con una silla aceitada. Sentía nauseas, no se si era porque Michael ahora estaba parado en la mesa cantando el himno de los Estados Unidos mientras Satán se besuqueaba con su trasero, o si era porque me había bajado el Legui y ahora estaba tomando el rejunte del fondo de todos los vasos que pude rescatar. Luego de eso, blanco total.

Desperté en un telo, con un dolor que me taladraba la cabeza, me sentía sucio, los tenía de un lado a Michael y del otro al anticristo. Me juré no volver a pensar en lo que pasó esa noche. Le juré a mi madre que jamás hablaría de ello con nadie. Esa noche, que cambió mi vida para siempre…

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